jueves, 31 de julio de 2008

LAS SIETE LEYES DEL ÈXITO INTEGRAL




LAS SIETE LEYES DEL ÈXITO


Por Richard F. Ames
Todos conocemos personas de aspiraciones, dinámicas, que quieren el éxito a toda costa.
También conocemos a otros que se sienten fracasados, que han perdido la esperanza y están convencidos de que jamás tendrán éxito.



Ahora bien, ¿cuál es el verdadero éxito?


En las Escrituras se encuentran las normas del éxito que proviene de Dios, y también principios que nos ayudarán a alcanzar ese éxito.
El señor Herbert W. Armstrong llamó a esos principios “las siete leyes del éxito”.
Leyes que aplicadas apropiadamente, pueden ayudar a los cristianos a encontrar el verdadero éxito en la vida.



La Biblia habla sobre la ambición humana por el dinero y la abundancia.
El Rey Salomón, un hombre a quien Dios le concedió gran sabiduría, escribió la mayoría de los Proverbios. Salomón llegó a tener todo lo que un ser humano pudiera desear; aun así nos dejó la siguiente advertencia: “No te afanes por hacerte rico; sé prudente, y desiste.




¿Has de poner tus ojos en las riquezas, siendo ningunas?



Porque se harán alas como alas de águila, y volarán al cielo” (Pr. 23:4-5).
Salomón hizo lo posible por “vivir al máximo”, pero mantuvo la sabiduría y analizaba los resultados de sus experiencias.




¿Cuáles fueron sus conclusiones?


“No negué a mis ojos ninguna cosa que desearan, ni aparté mi corazón de placer alguno, porque mi corazón gozó de todo mi trabajo; y esta fue mi parte en toda mi faena. Miré yo luego todas las obras que habían hecho mis manos, y el trabajo que tomé para hacerlas; y he aquí, todo era vanidad y aflicción de espíritu, y sin provecho debajo del sol” (Ec. 2:10-11). En otras palabras, todas sus posesiones y placeres no significaban nada, porque no producían nada de valor duradero.
Algunos buscan el éxito no en las riquezas sino en la posición o el poder.



¿Será acaso este el verdadero éxito?



La madre de Santiago y de Juan, dos de los discípulos de Jesús, se le acercó y le pidió: “Ordena que en tu reino se sienten estos dos hijos míos, el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda. Entonces Jesús respondiendo, dijo: No sabéis lo que pedís” (Mt. 20:21-22).
Les explicó entonces que esas posiciones eran para aquellos a “quienes está preparado por mi Padre” (v. 23).
Continuó Jesús y expuso la mejor fórmula para el verdadero éxito, opuesta por completo a la vanidad de los gobernantes que se enseñorean de los demás: “Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mt. 20:25-28).
El mayor es aquel que es un verdadero servidor, ¡el que cuida y ayuda a los demás! Observemos que fue el Hijo de Dios, Jesús de Nazaret, quien tomó a los niños en sus brazos y se inclinó para lavar los pies de sus discípulos; como lo leemos en la ceremonia descrita en Juan 13. ¡Fue Jesús quien entregó su vida en sacrificio por todos nosotros! “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Ro. 5:8).
El ejemplo de Jesucristo fue de servicio, sacrificio y amor: “Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida” (v. 10).
En cualquier posición que alcancemos en esta vida, no encontraremos el verdadero éxito a menos que tengamos la actitud de servir con amor a los demás.
Una de las medidas para determinar el verdadero éxito es el grado de servicio que estemos dispuestos a dar. El éxito falso se basa en el principio de obtener, una actitud carnal o defecto de la naturaleza humana. El verdadero éxito se basa en el principio de dar.




¿Podemos alcanzar el éxito utilizando el conocimiento?



Desde luego Dios quiere que usemos la mente para aprender sus valores y el verdadero conocimiento. Pero si no somos humildes, el conocimiento material puede generar vanidad intelectual; un sentimiento de superioridad y arrogancia. ¡El conocimiento envanece!
Según dijo Pablo en 1 Corintios 8:1. Sin Dios, la educación y el saber no son más que vanidad: “Nadie se engañe a sí mismo; si alguno entre vosotros se cree sabio en este siglo, hágase ignorante, para que llegue a ser sabio. Porque la sabiduría de este mundo es insensatez para con Dios; pues escrito está: Él prende a los sabios en la astucia de ellos. Y otra vez: El Señor conoce los pensamientos de los sabios, que son vanos” (1 Co. 3:18-20).
¿Cuántas veces hemos visto en la televisión a los llamados expertos en historia o teología utilizando sus “habilidades” para torcer o desvirtuar la verdad de las Escrituras?
¿Cuántas veces hemos visto en la televisión y el cine cómo se subestiman las leyes de Dios y el sacrificio de Jesucristo?




En verdad “la sabiduría de este mundo es insensatez para con Dios”.



¿Se puede encontrar el éxito en la búsqueda de los placeres materiales?



El Rey Salomón, un hombre que “lo tuvo todo”, dijo en su corazón:
“Ven ahora, te probaré con alegría, y gozarás de bienes. Mas he aquí esto también era vanidad” (Ec. 2:1).
Actualmente la sociedad busca los placeres en el libertinaje sexual, en las drogas, el alcohol y en casi toda forma imaginable de estimulación. El apóstol Juan lo resumió de esta manera: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Jn. 2:15-17).
Miles de millones han sido engañados por las tentaciones sexuales; han sembrado para su carne, y han segado corrupción (Gá. 6:8). El deseo de Dios es que los seres humanos disfrutemos del placer sexual dentro del matrimonio; desea que disfrutemos al máximo de la vida, pero dentro de sus leyes y preceptos.
Después de todas las experiencias del Rey Salomón, llegó a una conclusión final:
“Ahora, hijo mío, a más de esto, sé amonestado. No hay fin de hacer muchos libros; y el mucho estudio es fatiga de la carne. El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre.
Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala” (Ec. 12:12-14).




Las siete leyes del éxito



Una vez que hemos comprendido lo que significa el éxito, necesitamos idear un plan para alcanzarlo. El señor Herbert W. Armstrong definió lo que llegó a llamar “las siete leyes del éxito”.
Una serie de pasos o principios para alcanzar el éxito con base en la Biblia y desde el punto de vista cristiano. Veamos cuáles son esas leyes.

Primera ley:
Fijarse la meta correcta

Las personas de éxito saben que, para lograr algo que sea valioso, es necesario fijar metas. Si no sabemos adónde vamos, jamás llegaremos.
Tal vez tengamos en mente cierta profesión. Es necesario entonces aprender todo lo que se relacione con ella, y pedir la guía de Dios. Recordemos la maravillosa promesa de Jesucristo: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá” (Mt. 7:7-8).
Cualesquiera que sean las metas a corto plazo, siempre debemos ponerlas en el contexto de la meta final. Jesús les dijo a sus seguidores que no debían preocuparse por alimentos o vestido; porque si Dios proveía alimento para las aves del cielo, con mucha más razón proveerá para sus hijos. Se refería aquí a que todas las necesidades de la vida que nos preocupan, son secundarias ante la meta más importante: “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mt. 6:33).
El destino final de los cristianos es el Reino de Dios. Para tener éxito, debemos fijar metas. Y para tener el verdadero éxito en esta vida y en la eternidad, debemos establecer ¡la meta correcta!



Segunda ley:
Educación o preparación
¿Qué debemos aprender para alcanzar la meta?
¿En qué nos debemos preparar?
Si queremos realizar el oficio de artesano, primero debemos trabajar como aprendices antes de ser operarios. Muchas profesiones se aprenden en un colegio técnico y otras en una universidad. Para alcanzar nuestras metas, hoy, más que nunca, tenemos que aumentar los conocimientos. En relación con el tiempo del fin, Dios le dijo al profeta Daniel: “Pero tú, Daniel, cierra las palabras y sella el libro hasta el tiempo del fin. Muchos correrán de aquí para allá, y la ciencia [el conocimiento] se aumentará” (Dn. 12:4).
Nunca debemos dejar de aprender, pero debemos verificar que lo que aprendemos es el verdadero conocimiento, y no la falsa educación. La Biblia nos enseña que el verdadero conocimiento comienza con el temor de Dios, y con la convicción de que Él es la fuente de la sabiduría.
“El principio de la sabiduría es el temor del Eterno; los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza” (Pr. 1:7).
En Proverbios 9:10 encontramos una instrucción similar: “El temor del Eterno es el principio de la sabiduría, y el conocimiento del Santísimo es la inteligencia.”
Los verdaderos cristianos aplican esta segunda ley del éxito en su preparación para el venidero Reino de Dios.
¿Se está usted preparando?
¿Está creciendo en la gracia y el conocimiento de Jesucristo?(2 P. 3:18).
Para alcanzar la meta, debemos educarnos y prepararnos tanto física como espiritualmente.



Tercera ley:
Tener buena salud

¿Cuán saludables estamos?
¿Tenemos suficiente energía y vigor para trabajar duro?
¿Estamos en condiciones de realizar el esfuerzo necesario?

El medio en que vivimos puede ser dañino para nuestra salud. En el siglo 21 hemos llegado a sufrir mucha contaminación.
Se ha contaminado el aire, el agua y los alimentos. Puede ser muy difícil conseguir alimentos verdaderamente orgánicos y agua potable; con todo, debemos hacer lo que esté a nuestro alcance. Podríamos sembrar nuestra propia huerta. Las comidas rápidas, cargadas de grasa y azúcar, no es la clase de régimen alimenticio que Dios diseñó para los seres humanos.
Además de una buena dieta es necesario el ejercicio regular. El apóstol Pablo le dijo al evangelista Timoteo:
“El ejercicio corporal para poco es provechoso [Nota: El sentido de la frase en el texto griego es: “aprovecha un poco”], pero la piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera” (1 Ti. 4:8). Una vez más la Biblia demuestra que el aspecto espiritual en nuestra vida tiene prioridad.
Pero tenemos el deber de honrar a Dios tanto en nuestro cuerpo como en el espíritu (1 Co. 6:20). Otras leyes de la salud consisten en mantener una mente tranquila y positiva, y evitar los accidentes. Si tenemos buena salud física seremos más productivos y eficientes.
Pero debemos estar conscientes de nuestras limitaciones y hacer lo mejor posible tomándolas en cuenta.
Porque según nuestras limitaciones físicas no siempre tendremos las mismas oportunidades de servir a los demás como otros con diferentes habilidades y limitaciones. Con todo, cualesquiera que sean nuestras limitaciones, Dios siempre proveerá los medios para que le sirvamos con eficiencia a Él y al prójimo.



Cuarta ley:
Tener empuje

El señor Herbert Armstrong la llamó: “La importantísima cuarta ley”. Y escribió:
“Siempre se verá que el jefe ejecutivo de una organización próspera y pujante, despliega brío. Constantemente se está aguijoneando, no solamente a sí mismo sino también a aquellos bajo sus órdenes, pues de otra manera podrían rezagarse, relajarse y acabar por estancarse” (Las siete leyes del éxito, 1982, pág. 23-24).
Sí, tenemos que aguijonearnos para avanzar. Las Escrituras nos dan un ejemplo muy gráfico:
“Ve a la hormiga, oh perezoso, mira sus caminos, y sé sabio; la cual no teniendo capitán, ni gobernador, ni señor, prepara en el verano su comida, y recoge en el tiempo de la siega su mantenimiento.

Perezoso, ¿hasta cuándo has de dormir?
¿Cuándo te levantarás de tu sueño?
Un poco de sueño, un poco de dormitar, y cruzar por un poco las manos para reposo; así vendrá tu necesidad como caminante, y tu pobreza como hombre armando” (Pr. 6:6-11).
El descanso apropiado es esencial, pero Dios nos advierte contra la pereza y la vagancia. La hormiga carga un solo grano de alimento o de arena en cada viaje, pero a la larga es mucho lo que logra. Todos necesitamos energía y propósito, y disciplina para trabajar eficientemente.



Quinta ley:
Tener ingenio

El señor Armstrong la llamó ley “para emergencias”.
Es posible que el camino para alcanzar nuestra meta o carrera se vea muy claro y despejado.
Pero en la vida con frecuencia se nos presentan obstáculos inesperados.
Repentinamente se nos puede presentar un problema económico o una emergencia de salud.

¿Qué vamos a hacer?
Siempre hay que considerar las opciones.
¿Cuáles son los recursos disponibles?
¿Cuál institución o persona nos puede ayudar?

Por supuesto que el primer paso que debemos tomar en cualquier emergencia es pedir la ayuda de Dios.
Recordemos aquella ocasión cuando Jesús se acercaba a sus discípulos caminando sobre el agua.
Pedro quiso hacer lo mismo y Jesús le dijo: “Ven. Y descendiendo Pedro de la barca, andaba sobre las aguas para ir a Jesús. Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame!” (Mt. 14:29-30).
Con frecuencia pasamos por alto lo evidente cuando estamos en problemas.
En este caso, Pedro rápidamente clamó pidiendo ayuda. Y, ¿qué hizo Jesús?: “Al momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él, y le dijo:
¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?” (v. 31).
Pidamos a Dios que nos libre en nuestras congojas. Mas procuremos hacer nuestra parte y buscar los recursos disponibles.
Jamás perdamos la esperanza. Pidamos el consejo sabio.
“Los pensamientos son frustrados donde no hay consejo; mas en la multitud de consejeros se afirman” (Pr. 15:22).



Sexta ley:
Tener perseverancia

Siempre tengamos perseverancia, tenacidad. Durante la segunda guerra mundial, cuando el futuro de Inglaterra se veía lúgubre, el Primer Ministro Winston Churchill habló en la Escuela Harrow el 29 de octubre de 1941. Inspiró a su audiencia a perseverar y afirmó: “La lección que podemos aprender de estos últimos diez meses es: nunca nos rindamos, nunca nos rindamos, nunca, nunca, nunca... ante nada por grande o pequeño, ... nunca nos rindamos excepto ante las convicciones del honor y el sentido común. Jamás cedamos ante la fuerza, jamás cedamos ante la aparente superioridad del enemigo. Estábamos solos hace un año, y muchos países pensaron que nuestra cuenta estaba cerrada, que estábamos acabados.”
Quienes hemos respondido al llamado de Dios estamos en un camino espiritual de perseverancia. Hebreos 11 es conocido como el “capítulo de la fe”. En este se mencionan exitosos hombres y mujeres de fe. El capítulo 12 nos estimula a recordar su ejemplo y a mirar hacia la meta final. “Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (Heb. 12:1-2).
Apliquemos la sexta ley del éxito. Corramos con paciencia, o “perseverancia” como dice la NVI. ¡Jamás nos demos por vencidos!
Corramos la carrera de la vida con perseverancia.



Séptima ley:
Busquemos la guía y la ayuda continuas de Dios
Si vamos a practicar con éxito las primeras seis leyes, necesitamos la indispensable séptima ley. Necesitamos buscar la guía continua de Dios. Humanamente, miles de millones de hombres y mujeres pueden practicar algunas de las primeras seis leyes, pero si no se busca la guía continua de Dios, todos los esfuerzos serán vanidad.
Nos preguntamos:
“¿Cómo conseguir la guía continua de Dios?”
La respuesta es que si Dios nos está llamando a entender su verdad, debemos contestar a ese llamado y buscarlo. Cuando leemos la Biblia, encontramos maravillosas promesas. Veamos algo al respecto: “Buscad al Eterno mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano. Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase al Eterno, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar” (Is. 55:6-7).
Cuando comenzamos a orar, cuando comenzamos a reemplazar nuestra manera de vivir por el camino del verdadero éxito; recibiremos el perdón mediante el Salvador del mundo, Jesucristo. Dios ha prometido que tendrá misericordia y nos perdonará, si nos arrepentimos y lo buscamos.
Dios nos ha hecho muchas promesas de su continua y amorosa guía. Por ejemplo: “Fíate del Eterno de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas” (Pr. 3:5-6). Dios promete enderezar nuestras veredas y guiarnos a través de la vida para alcanzar nuestro potencial humano y el destino final. Cuando nos encontremos en una encrucijada y tengamos que tomar una decisión, oremos y pidamos a Dios que se haga su voluntad en nuestra vida. Veamos la promesa de Jesús: “No te desampararé, ni te dejaré” (Heb. 13:5).
Finalmente, ¿cuál es la meta correcta de un cristiano exitoso? ¡La meta correcta es el Reino de Dios! De esta manera lo dijo Jesús en Mateo 6:33: “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.”


¿Podremos realmente alcanzar el éxito?



El verdadero éxito tiene su precio, pero no la clase de “precio” que muchos se imaginan. El señor Armstrong escribió lo siguiente: “El único camino del éxito no es aquel que se vende como mercancía, pues no puede comprarse con dinero. Ese camino se le muestra a usted gratuitamente, sin dinero y sin precio. Hay, sin embargo, un costo: su diligente aplicación de estas siete leyes definitivas. No se garantiza que sea la forma más fácil, pero sí que es la única que lleva al éxito verdadero”


¿Podremos alcanzar el éxito?

La respuesta nos la da el apóstol Pablo: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:13). La Biblia revela las invisibles e inmutables leyes de la vida. Cuando actuamos conforme a esos principios e instrucciones, recibimos bendiciones. De hecho, desde el principio hasta el final de la Biblia, encontraremos que la obediencia al camino de vida de Dios trae bendiciones; y la desobediencia a ese camino trae maldiciones. El concepto del mundo sobre el éxito consiste en posesiones, poder, posición y placer; que solo traen dolor, sufrimiento, fracaso y muerte. Quienes entienden el éxito como aventajar a los demás u ocuparse en complacerse a sí mismos, no solo dañarán al prójimo sino al fin de cuentas a sí mismos. El verdadero éxito solamente puede venir mediante el Salvador del mundo, quien nos enseñó a amar a nuestros enemigos, poner la vida por los demás y vivir por toda palabra de Dios. Cuando logremos hacer esto mediante el poder del Espíritu Santo; podremos disfrutar de una vida feliz, productiva y exitosa; porque ayudaremos a otros a llegar a la Familia y al Reino de Dios.
¡Apliquemos las siete leyes del éxito! De esta manera encontraremos la verdadera vida abundante que prometió Jesús: “He venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Jn. 10:10).

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